Salvemos a los niños, cambiemos el sistema

Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.

INFOBAE En junio pasado, hace casi un año atrás, publiqué en este mismo espacio una nota titulada: Las muertes silenciosas, en la que señalaba que los resultados de las pruebas Aprender, los cuales acababan de hacerse públicos, constituían tan sólo la crónica de una muerte anunciada. Tal como lo reportaba Infobae, “El cierre de escuelas que se extendió durante casi dos años golpeó con fiereza a los chicos pobres. La pérdida de saberes fue tan dramática como se sospechaba, al punto que las pruebas Aprender que se tomaron en sexto grado muestran que 7 de cada 10 estudiantes de hogares vulnerables no comprenden un texto acorde a su edad y casi la misma proporción no puede resolver operaciones matemáticas sencillas… Es que las clases remotas para los chicos pobres no fueron clases.”

Dentro de pocos meses, al conocerse los resultados de la ronda de los exámenes PISA, llevada a cabo en nuestro país en septiembre de 2022, tampoco nos sorprenderemos. Es más, los mismos sobrestimarán el nivel educativo de nuestros jóvenes de 15 años, dado que aquellos que abandonaron su escolaridad durante la pandemia, provenientes en su mayoría de hogares desfavorecidos económicamente, seguramente no formaban parte del grupo que hubiese alcanzado el mejor rendimiento en las evaluaciones, sino todo lo contrario.

Pero este análisis distrae la atención de un tema de mucha mayor relevancia, la pandemia seguramente habrá de ser utilizada como una nueva excusa para negar la realidad: la educación argentina ya se encontraba en una profunda crisis antes de marzo 2020; por ende, las políticas llevadas a cabo durante casi dos años para enfrentar la emergencia sanitaria han potenciado dicha realidad, no la han provocado.

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El rendimiento de nuestros jóvenes en las rondas de exámenes PISA, llevadas a cabo a partir de 2000, es claro testimonio de ello; de la misma forma que lo es, por ejemplo, los resultados alcanzados por nuestros niños en los exámenes ERCE 2019.

Al respecto, un nuevo informe del Observatorio de Argentinos por la Educación, con autoría de Guillermina Tiramonti, Eugenia Orlicki y Martín Nistal, analiza los resultados en lectura de nuestros estudiantes de tercer grado, en comparación con los del resto de los países latinoamericanos y por nivel socioeconómico. Como muestra basta un botón: en nuestro país, 6 de cada 10 alumnos del nivel socioeconómico más bajo (el 61,5%) no alcanzan el nivel mínimo en lectura. De los 16 países participantes, tan sólo Nicaragua, Panamá, Guatemala y República Dominicana, presentan peores resultados.

Es claro que nuestro sistema educativo ha fracasado en proveer a todos los niños y jóvenes, independientemente de su cuna, una educación adecuada para desarrollarse en la sociedad del conocimiento en la cual les ha tocado vivir.

Es claro que soluciones cosméticas, como las que tantas veces hemos sido testigo, ya sea cambiando los métodos de evaluación, facilitando las condiciones de promoción o aún eliminándolas por completo, no constituyen más que un fraude para sus posibilidades de vida futura.

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Si deseamos realmente salvar a nuestros niños, es hora de cambiar radicalmente el sistema; es hora de darles a los padres una mayor responsabilidad en la educación de sus hijos. Al fin y al cabo, ¿quiénes podrían estar más interesados que los propios padres en decidir qué es lo mejor para sus hijos? ¿Un burócrata? Nuestra tremenda realidad es clara evidencia de lo peligroso de asumirlo.

Nadie puede estar peor por tener la posibilidad de elegir. Si le preguntamos a un padre de niños en edad escolar si prefiere el actual sistema de educación pública gratuita o recibir un subsidio que le permita elegir la escuela a la que desee enviar a su hijo, ya sea pública o privada, religiosa o laica, su respuesta debería ser obvia, dado que ninguna familia estaría obligada a dejar de enviar sus hijos a una institución pública. Todo padre que desease una educación distinta para sus hijos, a la que hoy no tiene acceso por sus restricciones económicas, podría hacerlo; y quien prefiriese que concurriesen a la escuela de gestión pública a la que asisten actualmente, también podría hacerlo.

El permitir a los padres nuevas opciones no significa estar en contra del fortalecimiento de la educación pública. Sencillamente consiste en permitir a los padres que, por sus valores, por las aptitudes, gustos o intereses de sus hijos, o que por cualquier otra razón, prefieran otra forma de educación para sus hijos, puedan optar por la misma. Simplemente consiste en habilitar esta posibilidad, aún para aquellas familias pertenecientes a los estratos más pobres de la sociedad. Simplemente consiste en potenciar el rol de los padres en la educación de sus hijos. Simplemente consiste en proveer más oportunidades a aquellos niños que menos las tienen.

Es difícil imaginarme quién o por qué podría oponerse.