Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
CLARÍN El pasado 3 de julio, Clarín publicó una interesante nota del ex viceministro de Salud, Eduardo Filgueira Lima. La misma propone una profunda reforma del sistema de salud financiando a los usuarios de este; es decir, a su demanda, en lugar de continuar subsidiando a la oferta, lo cual genera para aquella parte de la población que no puede acceder a una cobertura médica, ni tiene capacidad de pago, la cautividad, con todos los costos propios de un monopolio.
Como bien señala Filgueira Lima: “La gente debería poder elegir libremente dónde requerir su asistencia. Una tarjeta magnética (como beneficiario de cualquier seguro) es sólo un instrumento que mejoraría el acceso y no constituye una barrera, porque le otorga al individuo autonomía y libertad”, a lo cual agrega que “el gobierno nacional tiene a su vez una gran tarea: liberar la población cautiva de las limitaciones que les imponen las obras sociales nacionales sindicales y el PAMI.
No es razonable que gran parte de esta población para acceder a un seguro privado necesite de un intermediario que se queda con buena parte de su cotización. O que deba perder sus aportes y pagar por fuera un seguro privado”.
Locura es hacer siempre lo mismo y esperar resultados distintos. Esta frase que comúnmente se le adjudica a Albert Einstein, aplica perfectamente a la problemática que enfrenta nuestro país no tan sólo en el terreno de la salud, sino también en educación.
Una y otra vez diagnosticamos los mismos problemas e intentamos las mismas soluciones, con los mismos previsibles resultados. La propuesta de Filgueira Lima encara el problema del sector con una premisa alternativa: “la libertad (o transferencia del subsidio a la demanda) empodera a los individuos y obliga a la oferta a adecuarse a sus necesidades”.
Desde el año 2010 he propuesto en múltiples columnas una estrategia idéntica para enfrentar la tragedia educativa que vivimos, eliminando la estructura monopólica de la educación estatal mediante el uso de vouchers educativos, a través de una tarjeta, a la cual denominé Educard, que podría ser entregada a las familias con un único importe acreditado, a ser aplicado cada mes ya sea en una institución educativa de gestión pública o privada.
De esta forma las familias, en un marco de mayor equidad, tendrían una oportunidad sin precedentes para elegir la educación que habrían de recibir sus hijos. El Estado seguiría subsidiando a la educación, pero los recursos no se asignarían a la oferta de esta, las escuelas, sino a su demanda, los alumnos.
Nadie puede estar peor por tener la posibilidad de elegir. Si le preguntamos a un padre de niños en edad escolar si prefiere el actual sistema de educación pública gratuita o recibir un voucher que le permita elegir la escuela a la que desee enviar a su hijo, ya sea pública o privada, religiosa o laica, su respuesta debería ser obvia, dado que ninguna familia estaría obligada a dejar de enviar sus hijos a una institución pública. Todo padre que desease una educación distinta para sus hijos, a la que hoy no tiene acceso por sus restricciones económicas, podría hacerlo; y quien prefiriese que concurriesen a la escuela pública a la que asisten actualmente también podría hacerlo.
Es claro que el mismo ejercicio podemos realizarlo en el terreno de la salud. Nadie podría estar peor por tener la opción de elegir un servicio distinto al que hoy se encuentra cautivo. De preferir el actual, sencillamente lo seguiría eligiendo, pero, como bien señala Filgueira Lima, la libertad empoderará a los individuos.
Nadie podría estar peor por ello y muchos habrían de estar mejor. Salud y educación: problemas similares, soluciones similares. Como remarca Filgueira Lima, respecto a la problemática de la salud en nuestro país: “Las ideas intervencionistas en función del criterio de iluminados funcionarios suelen producir más daño que beneficios. Son las fallas del Estado las que nos han conducido a la situación actual”.
¿No es posible aplicar el mismo argumento al origen de la tragedia educativa que vive nuestro país? Yo creo que sí y, por ende, la solución que propongo desde hace más de una década para comenzar a revertirla no puede ser otra que la misma.