No se debe incrementar el presupuesto en educación

Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.

ÁMBITO FINANCIERO El gobierno ha ingresado en la Cámara de Diputados un proyecto de ley de Financiamiento Educativo, el cual propone incrementar del 6 al por ciento la inversión del Estado en un plazo de 7 años.
Generaciones de economistas comenzaron sus estudios con él y recuerdan la metáfora de Samuelson sobre la producción de cañones o mantequilla, la cual ilustra la necesidad de definir qué es más importante para una cierta sociedad en un momento determinado: destinar los escasos recursos existentes a la producción militar o a la producción de alimentos, presentando de una forma muy intuitiva el concepto de que todo tiene su costo; es decir, aquello a lo que debemos renunciar cada vez que tomamos una decisión.
Recursos escasos frente a fines múltiples y de distinta importancia. El gobierno debe decidir en qué y cuánto gastar, tomando en cuenta la existencia de recursos limitados al hacerlo. Nada es gratis y el presupuesto debe asignarse a las áreas de mayor impacto social. Apliquemos esta sencilla idea al problema que nos ocupa.¿Qué política opina el lector que es más inclusiva: incrementar el presupuesto destinado a educación de un 6 un 8 por ciento, o asignar dicha inversión a asegurar una adecuada nutrición a todo niño durante sus primeros dos años de vida?Como bien señala mi colega en la Academia Nacional de Educación, el Dr. Abel Albino, sinónimo en nuestro país de la lucha contra la desnutrición infantil, “para tener educación hay que tener cerebro. El 80% del cerebro se forma en el primer año de vida. Crece un centímetro por mes. La formación del sistema nervioso central está determinada en los primeros dos años de vida. Si durante este lapso el niño no recibe la alimentación y estimulación necesarias, se detendrá el crecimiento cerebral y el mismo no se desarrollará normalmente, afectando su coeficiente intelectual y capacidad de aprendizaje; corriendo el riesgo de convertirse en un débil mental. Con alimento y estímulo adecuado el individuo tendrá rapidez mental, capacidad de relación y de asociación”.

Por ello propongo no incrementar del 6 al 8 por ciento el presupuesto asignado a educación, sino dedicar dichos recursos a enfrentar la vergüenza de la desnutrición infantil, pero mejorando los servicios educativos que reciben quienes menos tienen. El presupuesto no lo es todo, su uso también importa.

Mal podemos hablar de igualdad de oportunidades si no contamos con un niño cuyo cerebro sea capaz de recibir educación y ello es imposible si no ha tenido una adecuada alimentación durante sus primeros años de vida, alimentación que hoy no reciben miles de niños argentinos.