Emilio Ocampo
Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.
CATO Emilio Ocampo considera que el caso de El Salvador demuestra que si bien la dolarización no es una panacea, si acaba con el flagelo de la inflación, lo cual tiene importantes beneficios asociados.
Hace unos días La Nación publicó una nota sobre El Salvador y la dolarización. Aparentemente, a su autora, Julieta Nassau, no le gusta la dolarización y escribió un artículo para justificar su opinión y crear en los lectores del diario la impresión de que la dolarización es la causa de todos los problemas que enfrenta hoy ese país.
El subtítulo ya es engañoso: “A 23 años de implementar la medida, el alto costo de vida y el alza de la pobreza se convirtieron en las principales preocupaciones de los salvadoreños”. La realidad es que como muestra este grafico de Cepalstat, la pobreza en El Salvador ha caído sostenidamente en estos últimos 23 años. Además, es más baja que en otros países vecinos como Honduras, Guatemala y Nicaragua.
En cuanto al costo de vida, la inflación anual desde 2001 ha promediado 2,6% mientras que por ejemplo en la Argentina en ese mismo período ha promediado 37%. La tasa de inflación en 2023 fue de 1,2%.
El primer párrafo del artículo comienza con la opinión de un “taxista” según quien la dolarización fue “horrible” porque todo está “más caro… pagamos los mismos precios que en Estados Unidos, pero no ganamos lo mismo. Ganamos en colones transformados en dólares”. Esta afirmación no sólo es falsa sino también absurda. Nassau podría haber consultado cifras oficiales que muestran que la misma canasta de bienes cuesta menos de la mitad en El Salvador que en Estados Unidos y además que la relación es prácticamente la misma desde hace 23 años. Si para muestra sirve un botón, un Big Mac en El Salvador cuesta $3,60 mientras que en países vecinos como Nicaragua $4,22, en Honduras 4,05 y en Costa Rica $3,90. En comparación en EE.UU. cuesta $5.70 y en la Argentina $3.80 al blue y $5.50 al oficial.
Según Nassau, el supuesto encarecimiento del costo de vida en El Salvador se debe el “desfavorable tipo de cambio con el que se introdujo la divisa estadounidense como moneda de curso legal hace más de dos décadas se siente ahora más que nunca” lo cual es también es falso. La periodista podría haber fácilmente verificado que en diciembre de 2000, en El Salvador existía un régimen de tipo de cambio libre con plena movilidad de capitales y que el tipo de cambio al cual se declaró el curso legal del dólar fue de 8,75 colones por dólar, el mismo que había regido en los cinco años previos. Además, la Ley de Integración Monetaria estableció que tanto el colón como el dólar tendrían curso legal. Quien así lo hubiera querido podría haberse quedado con sus colones. Nadie lo hizo. La gente optó por el dólar y gradualmente desaparecieron los colones.
Además, un tipo de cambio desfavorable con relación a qué? Nassau también podría haber verificado que desde diciembre de 2002 a noviembre de 2023, el tipo de cambio real en El Salvador se depreció 10% (mayor competitividad). En ese período en la Argentina el TCR se apreció 50% con una volatilidad cinco veces más alta. Por lo cual no sorprende que durante ese período, el volumen de bienes y servicios exportados por El Salvador ha crecido a una tasa anual acumulativa de 3,6% mientras que en la Argentina a una tasa de 0,5%.
Todo lo antedicho no significa que El Salvador no tenga problemas. Tiene muchos. Bajo el gobierno de Bukele ha habido un fuerte descontrol fiscal, el experimento del bitcoin fue un fracaso y la calidad institucional se ha degradado. Lo que debería plantearse Nassau en su artículo es si con estos problemas le convendría al pueblo salvadoreño que el gobierno pudiera emitir su propia moneda. Aunque la prima de riesgo de El Salvador es una de las más elevadas de América Latina limitando la capacidad de su gobierno para endeudarse, un salvadoreño puede conseguir un préstamo bancario para financiar la compra de su vivienda a plazos de más de 20 años a una tasa de interés en dólares de 7%, lo cual nunca ha sido posible en la Argentina.
En comparación con Guatemala, Honduras y Nicaragua, El Salvador tiene el mayor Índice de Desarrollo Humano Aumentado (IDHA) y el que mayor aumento tuvo entre 2000 y 2020. Por otra parte, su desempeño macroeconómico desde 2001 está en línea con el de estos tres países. Un dato a destacar es que desde 2015 el Indice de Libertad Económica cayó significativamente en El Salvador mientras que aumentó en Guatemala, cuyo PBI por persona empleada aumentó más rápidamente a partir de ese año.
Además, como puede verse en este gráfico, bajo la dolarización El Salvador ha reducido la brecha de PBI per cápita con la Argentina, particularmente a dólares corrientes a pesar de que está calculado al tipo de cambio oficial.
La dolarización no es magia ni panacea, pero como demuestra la experiencia de numerosos países termina con el flagelo de la inflación, lo cual tiene asociados varios beneficios importantes. En política económica se requiere un instrumento para cada objetivo. Pretender que un cambio de régimen monetario resuelva problemas estructurales de larga data es absurdo.
El principal problema que aqueja a la economía argentina desde 1945 es una inflación alta, persistente y volátil. La dolarización lo resolvería de manera mucho más efectiva y duradera que cualquier otra alternativa realísticamente asequible.
Este artículo fue publicado originalmente en el Substack “Dolarización en Argentina” el 4 de febrero de 2024.