En torno a camino de servidumbre

Alberto Benegas Lynch (h)
Presidente del Consejo Académico en Libertad y Progreso

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

Fundación Disenso, Madrid – En el título de esta nota periodística se consigna el primer libro de Friedrich Hayek considerado como una obra de divulgación que se apartaba de sus trabajos académicos que había publicado hasta ese momento. Primero comenzó como un texto dirigido al director de la London School of Economics en 1931, que luego amplió de forma considerable y publicó como un libro el 10 de marzo de 1944 por la Universidad de Chicago Press, después de haber pasado por otras tres editoriales que rechazaron el escrito y rodeado de comentarios des- favorables, incluso por parte de pensadores como Isaiah Berlin, que lo consideró “horrible”.

Es un libro que, al final, ha tenido amplia repercusión con varias ediciones, que contiene temas de gran interés que pueden resumirse en una formidable advertencia y es el no dejarse estar y estudiar y argumentar a favor de la sociedad libre a contracorriente de las marcadas tendencias de la época, representadas por pesadas telarañas mentales imbuidas de estatismo, expresadas en especial por el marxismo, el nacionalsocialismo, el fascismo y el estatismo en general, aunque después -igual que Revel en La gran mascarada- consideraba estas variantes todas hijas del espíritu totalitario.

El libro está dedicado “A todos los socialistas de los diversos partidos” y consta de quince capítulos y una corta conclusión donde reflexiona sobre temas cruciales de aquella época que, por desgracia, aun se arrastran en la nuestra. Abre el primer capítulo con un primer epígrafe de David Hume, quien consigna que “Es raro que una libertad, cualquiera que sea, se pierda de una vez” para ilustrar el proceso de corrosión en el que se va perdiendo noción de la relevancia de valores básicos para entregarse a las fauces del Leviatán. Nos dice que “Aunque algunos de los mejores pensadores del siglo XIX, como De Tocqueville y Lord Acton, nos advirtieron que socialismo significa esclavitud, hemos marchado constantemente en la dirección del socialismo”.

Se detiene a explicar el significado del Estado de Derecho, la democracia, el individualismo y su contracara, el colectivismo, la igualdad ante la ley y la institución de la propiedad privada en el contexto del abuso de la expresión “libertad” sin asignarle sustancia alguna donde más bien se consolidan autores como Hegel, Marx, List y Schmoller.

En esta línea argumental destaca los problemas que provoca el positivismo legal por el que se desestiman los mojones y puntos de referencia extramu- ros de la norma positiva desconociendo que “El Estado de Derecho implica, pues, un limite al terreno de la legislación”. Sostiene que no se entiende que la columna vertebral de la democracia estriba en el respeto y garantía a los derechos de las personas y no circunscribirla al mero recuento de votos. Que el individualismo considera prioritarios los derechos de las personas al efecto de usar y disponer de lo propio como cada cual lo estima conveniente en un marco de competencia. En este sentido, apoyado en citas de Max Eastman, desarrolla la trascendencia de la propiedad como institución clave para que se expresen los precios, que son los únicos indicadores para conocer donde invertir y donde lo hacerlo a los efectos de aprovechar los siempre escasos recursos frente a necesidades ilimitadas, lo cual permite el mejor nivel de vida posible. El colectivismo no solo desdibuja y destruye los referidos indicadores, sino que conduce a lo que posteriormente se conoció en ciencia política como “la tragedia de los comunes”, esto es lo que es de todos no es de nadie por lo que inexorablemente se despilfarran factores de producción.

Asimismo, argumenta que la igualdad ante la ley es la única igualdad que tiene sentido en una sociedad libre pues lo que el que esto escribe ha denominado “la guillotina horizontal” bloquea incentivos para el progreso donde los empresarios exitosos necesariamente satisfacen demandas aje- nas e invierten, con lo que posibilitan mayores ingresos y salarios en tér- minos reales y, por otra parte, los que yerran en los gustos y preferencias de su prójimo disminuyen sus ganancias o incurren el quebrantos. También debe subrayarse que la referida igualdad ante la ley es inseparable de la definición clásica de Ulpiano de “dar a cada uno lo suyo” y lo suyo remite nuevamente a la propiedad, ya que no se trata de ser iguales ante la ley para ir a un campo de concentración.

En realidad, el mencionado Tocqueville en El antiguo régimen y la Revolución escribe que allí donde el progreso moral y material es grande, la gente tien- de a dar eso por sentado, lo cual constituye el momento fatal. El alarido de Hayek en el libro que comentamos muy telegráficamente aconseja a los partidarios de la libertad a mantenerse alerta, profundizar y difundir los argumentos correspondientes basados en ámbitos morales, jurídicos, históricos y económicos que hacen de soporte a los beneficios del respeto recíproco. De allí es que los Padres Fundadores en Estados Unidos macha- caban con que “el precio de la libertad es su eterna vigilancia”.

En este plano, resulta de gran relevancia la educación como un proceso abierto de prueba y error en un medio competitivo en busca de excelencia académica estimulando la actitud contestataria y desarrollando al máximo las potencialidades de cada uno como seres únicos e irrepetibles, alejado de toda imposición curricular del poder de turno y de toda manifestación de adoctrinamiento. Mucha razón asistía desde la vereda de enfrente al marxista Antonio Gramsci, que repetía aquello de “tomen la cultura y la educación y el resto se da por añadidura”. También resulta útil la enseñanza que apareció plasmada en los graffiti del mayo francés del 68: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, y de tanto reiterar sus ideas en todos los foros y lugares posibles, los socialismos terminan marcando la agenda, mientras algunos supuestos liberales se mantienen timoratos en “lo polí- ticamente correcto” con lo que retroceden a pasos agigantados.

Tuve el privilegio de conocer a Hayek e invitarlo tres veces a pronunciar conferencias mientras fui rector de una institución de posgrado en Buenos Aires y tuvo la generosidad de prologar mi primer libro Fundamentos de análisis económico e invitarme a formar parte de la Mont Pelerin Society, de la que en dos oportunidades fui miembro de su Consejo Directivo.

Como ha apuntado Jorge Luis Borges citando a Alfonso Reyes “dado que no hay tal cosa como un texto perfecto, si no publicamos nos pasaríamos la vida corrigiendo borradores”. Todos evolucionamos y esto también va para el extraordinario Hayek, por ejemplo, en sus Fundamentos de la libertad enfatiza en que el manejo de la moneda es una función indelegable del gobierno, pero en 1976, en su célebre La desnacionalización del dinero, propone la privatización del medio de cambio y la eliminación de la llamada “autoridad monetaria”. Dicho sea, al pasar los banqueros centrales, por más que sean los más idóneos del planeta, están embretados en uno de tres caminos: a qué tasa emitir, contraer o dejar la masa monetaria inalterada, pues cualquiera de las tres posibilidades prostituye y desdibuja los precios relativos. Además, si se dijera que la autoridad monetaria tiene una gran percepción y hace lo que la gente hubiera decidido, la pregunta reside en para qué se metió si haría lo mismo que las personas prefieren con el consiguiente ahorro de honorarios.

Por otra parte, si se incurre en la falacia ad populum usando como argumento que por casi todos lados hay bancas centrales, es un razonamiento que no nos hubiera permitido salir de las cuevas, el garrote y el taparrabos, pues el arco y la flecha resultaba algo novedoso y no probado. Lo mismo podemos decir sobre Camino de servidumbre, donde en dos oportunida- des aparece una referencia muy ambigua y confusa sobre el laissez-fai- re, cuando en verdad los fisiócratas aclararon bien que se trata de dejar hacer a las actividades lícitas y no la apología del caos. Cuando en una oportunidad Hayek fue a mi casa de San Isidro en Buenos Aires a almorzar, ponderó que en el portón de entrada se leía laissez-faire y volvió a señalar, esta vez de viva voz, lo que había apuntado hacia poco sobre el verdadero significado de esa expresión tan cara a la tradición de pensamiento liberal.

Bajo mi computadora tengo un inmenso letrero que dice nullius in verba, que es el lema de la Royal Society de Londres, es decir, no hay palabras finales. Como nos ha enseñado Popper, el conocimiento es fruto de corro- boraciones provisorias sujetas a refutaciones. El liberalismo está siempre en ebullición en busca de nuevos paradigmas.

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