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Pruebas Aprender y la pandemia que nunca existió

27 Mayo 2025

PERFIL La evaluación Aprender, tomada en noviembre de 2024 a estudiantes de tercer grado, muestra que menos del 45% de los alumnos alcanza el nivel esperado de comprensión lectora. Más de la mitad de los chicos no entiende adecuadamente lo que lee.

Es curioso, pero el lector podrá leer informes sobre los resultados de Aprender 2024 y análisis de expertos sin enterarse de que en la Argentina las escuelas estuvieron cerradas durante más de un año y medio. Como si la pandemia —y, más precisamente, la irracional decisión política de suspender la presencialidad escolar— jamás hubiese sucedido.

Pero existió. Y sus efectos tienen que estar hoy a la vista; es impensable que así no sea.

Por ejemplo, ¿Quiénes fueron los chicos evaluados en Aprender 2024? Son los que en 2020 asistieron a la sala de 4 años, en el mejor de los casos frente a una pantalla, en 2021 cursaron el último año del nivel inicial, sin presencialidad plena, y en muchos casos, sin presencialidad en absoluto, por la presión ejercida por los líderes sindicales. Son quienes transitaron años fundamentales en su desarrollo con los jardines cerrados o parcialmente abiertos, en un clima tan irreal que nuestro cerebro prefiere olvidar.

A pesar de ello, el usual análisis de los resultados de Aprender omite por completo esta realidad, y en función de ello se planean nuevas reformas, posiblemente correctas en sí mismas, dada la situación de la educación argentina antes de la pandemia. Las rondas previas de los exámenes PISA lo atestiguan. Pero no tomar en cuenta el impacto del cierre, ni la interrupción de los procesos de alfabetización, ni la desigualdad en el acceso a clases virtuales, no es gratis. La narrativa sugiere que los resultados se deben a causas estructurales, como si esta cohorte hubiera comenzado su escolaridad sin pandemia, sin cierres irracionales, sin interrupciones. Es una negación tan increíble como absurda.

Los jardines de infantes representan la punta del iceberg de la vergonzosa brecha educativa que sufre nuestro país. Las condiciones iniciales son fundamentales, es de necios el negarlo. El 7 de agosto de 2021, el New York Times publicó una interesante nota, realizada en colaboración con la Universidad de Stanford al respecto, la cual resulta relevante para nuestra realidad.

A medida que la pandemia se hizo sentir en los Estados Unidos, más de un millón de niños que se esperaba que se inscribieran en las escuelas no se presentaron, ni en persona ni en forma virtual. La caída más pronunciada se produjo en el jardín de infantes, con más de 340,000 estudiantes no inscriptos. Muchos de ellos los más vulnerables: niños de cinco años en vecindarios de bajos ingresos.

Como bien señala la nota: “las desigualdades en las oportunidades educativas se acrecentaron aún antes de que muchos niños pasarán siquiera un día en el aula”, pues la caída fue un 28% mayor en las escuelas de vecindarios por debajo y justo por encima de la línea de pobreza. ¿Quién puede afirmar que lo mismo no sucedió en nuestro país?

El caso de Suecia

Veamos un contraejemplo. El contraste con el caso de Suecia es elocuente. Allí, desde el comienzo de la pandemia, el gobierno decidió mantener abiertas las escuelas. La Agencia de Salud Pública, con respaldo de la comunidad científica local, sostuvo que los perjuicios del cierre superaban ampliamente los beneficios. El tiempo les habría de dar la razón.

En Argentina es claro que nuestros gobernantes eligieron otro camino. Uno que necesariamente debe haber contribuido a dejar hoy a más de la mitad de nuestros chicos de tercer grado sin comprensión lectora adecuada. Pero, curiosamente, parece que nadie quiere hablar de ello. En los análisis educativos pareciera que la pandemia fue borrada de la memoria colectiva.

Por un momento aceptemos que fuese cierto, que el cierre de escuelas no tuvo mayor efecto en los aprendizajes, entonces cabe hacerse una pregunta aún más incómoda: ¿para qué van los chicos al colegio? Si da lo mismo estar o no estar, si la escolaridad presencial no deja huella ni un costo su ausencia, ¿qué sentido tiene el aula, el maestro, el encuentro diario?

Por supuesto, sabemos que no es así. Lo saben los padres, lo saben los docentes y, sobre todo, lo saben los propios chicos. Pretender lo contrario es una negación del valor mismo de la escuela.

La pandemia existió. El cierre de escuelas también. Y sus consecuencias sin dudas deben reflejarse hoy en nuestras aulas y en toda evaluación que realicen los chicos y jóvenes, víctimas inocentes de la desaprensión de quienes tuvieron la obligación de proteger su futuro y no lo hicieron.

Yo me pregunto, ¿cuántos niños, de familias de bajos ingresos, vieron significativamente afectadas sus posibilidades de vida futura, aún antes de haber ingresado a la escuela primaria?

Negarlo no solo insulta la inteligencia: es, también, una forma de abandonoReconocer el impacto del cierre de escuelas no es una cuestión ideológica ni un ejercicio de revisionismo. Es una obligación ética y pedagógica. No hay forma de diseñar políticas de recuperación serias si no se asume con claridad el daño causado. Ignorar esa realidad es, en los hechos, condenar al olvido a los chicos que más lo sufrieron.

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