Gabriel Zanotti
Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
ACTON – Como suele hacerse siempre cuando se empieza a hablar de economía, hay que reflexionar sobre qué es la escasez. Es cierto que, por lo general, se dan definiciones y rápidamente se hace un salto a los temas siguientes, como si el tema estuviera resuelto. Incluso suelen hacerse relaciones de cantidad de necesidades y de bienes para definir cuándo un bien es escaso. Como soy filósofo, el tema teórico es muy importante.
Todos conocemos, en cierta medida, el problema práctico: no hay más medialunas, falta el café, no hay más presupuesto. Se define la escasez por un sencillo juego de lenguaje; en nuestro español decimos «no hay», «se acabó». Sin embargo y como diría Platón, lo verdaderamente real es la teoría. ¿Por qué? Porque de lo que se trata es de ¿por qué se acabaron las medialunas? La respuesta habitual es: alguien las está sacando, alguien se las quedó todas para él; estaban ahí todas las medialunas y han sido mal distribuidas.
Así que la escasez parecería ser fruto de algún genio maligno, como diría Descartes, que tomó lo que no le correspondía y produjo esta situación. Esta podría ser una teoría, un supuesto acerca de la escasez. O sea, todos más o menos sabemos de qué se trata desde el punto de vista práctico, pero el asunto es el problema teórico. Eso afecta a la economía como ciencia y afecta al eje central de la misión del Instituto Acton, que es la relación entre economía y cristianismo
Voy a comenzar citando a Santo Tomás; habitualmente, para hablar de economía, no hablo de Santo Tomás de Aquino. Mis referentes son otros autores especialistas en economía, tales como Mises y Hayek. Así es que mi recomendación suele ser que si alguien quiere saber de economía recurra a esos autores, pero si quiere saber de Dios, lea a Santo Tomás; nunca al revés. Hacer lo contrario genera mucha confusión. No obstante, esta vez haré una excepción.
Obviamente, una cita aislada significa muy poco, porque dependemos del contexto, dependemos de la traducción del latín al español. Digamos que santo Tomás está hablando de por qué el ser humano es social por naturaleza, y entonces elabora algunas nociones básicas de división del trabajo: que un ser humano no se basta solo a sí mismo; que la naturaleza en muy pocas cosas ha provisto al ser humano suficientemente y que, por lo tanto, hay una razón por la cual éste debe procurarse las cosas que necesita…. Es un párrafo muy intuitivo de ciertas cuestiones básicas que luego la economía contemporánea ha desarrollado largamente: la relación entre escasez, división del trabajo y producción. Se trasluce acá una intuición básica en Santo Tomás.
Voy a traer entonces algunas citas suyas para avanzar en la reflexión. Santo Tomás dice: «en muy pocas cosas se ha provisto al hombre» y luego sigue «suficientemente». Primer punto: ¿A qué se refiere santo Tomás con «naturaleza»?, ¿A qué se refiere este fraile medieval dominico del siglo XIII, que había leído y estudiado tanto a Aristóteles para esta época? Era toda una novedad: a fines del siglo XII empezó a surgir en Occidente el llamado aristotelismo cristiano (los exponentes más importantes en su momento fueron san Alberto Magno y santo Tomás de Aquino). Por lo tanto, no es de extrañar que cuando santo Tomás se refiere a la naturaleza en este contexto, se esté refiriendo a la naturaleza física. ¿Qué está diciendo? Está diciendo algo que todos hemos aprendido cuando vimos la película El Náufrago, con Tom Hanks, o sea, que si terminamos en una isla, por más linda que sea, no lo vamos a pasar nada bien porque no cuenta con ciertas propuestas básicas de confort que ofrece la vida moderna. El texto dice, por un lado, la naturaleza «física» en muy pocas cosas ha provisto al hombre. Es un detalle importante, pues implica la idea de que el ser humano es esencialmente cultural; desde el taparrabos, el arco y la flecha, hasta las naves espaciales, etc., etc., todo eso es cultural y todas esas cosas, o sea, los frutos esenciales a la naturaleza creadora e inteligente del ser humano, todo ello, ipso facto, inmediatamente no está dado. Las computadoras no nacen de los árboles; ni siquiera lo que se llaman las necesidades más básicas, porque en el ser humano son culturalizadas, esto es, pasan por el tamiz de la cultura. Acá una cultura come de una manera, otra de otra, duerme de una manera, se viste de otra, y todo eso implica lo que podríamos llamar productos culturales: están hechos de la naturaleza, pero tienen que producirse. El ser humano es esencialmente cultural, al cual esa naturaleza física no le da nada directamente, no encontramos allí el vestido, el alimento y todo lo que una determinada cultura da al ser humano. Sean las pirámides aztecas o las mayas, el jade de los mayas o el oro de los aztecas, en sus productos artísticos, sean las naves espaciales, los celulares, o este vaso de agua; nada de eso está dado directamente por la naturaleza física.
He aquí, entonces, el primer punto acerca de la escasez: nada de lo humano está dado por los frutos de los árboles. Puede ser que si tenemos mucha hambre agarremos un coco y lo golpeemos y bebamos algo, pero es más difícil de lo que uno cree.
Por lo tanto, este párrafo, «la naturaleza en muy pocas cosas ha provisto al hombre suficientemente», nos habla de la naturaleza física con relación a un ser humano esencialmente cultural.
Hay aquí una interesante noción de división de trabajo: para producir todo ese bien, no basta un solo ser humano. El lenguaje, algo extraño, dice: «con lo cual ha sido naturalmente dispuesto que el hombre viva en sociedad», o sea, transmite una especie de noción implícita de división de trabajo. Podemos preguntaros: ¿ha sido naturalmente dispuesto por quién? Bueno, por Dios, está pensando santo Tomás, quien nos habla de tal modo que la sociabilidad nos es innata.
Me voy a referir a continuación al pensamiento del economista austríaco Ludwig von Mises. En él todo este pensamiento está mucho más evolucionado desde el punto de vista de la teoría económica, pero la noción de relación entre división del trabajo y sociedad humana se mantiene, simplemente que mientras que en santo Tomás es un tema marginal, una intuición que tuvo y que no es el eje central de su obra, para Mises es prácticamente el eje central de su economía y de su filosofía social. En Mises es muy importante la diferencia entre la competencia biológica y la cooperación social y, además, él dice «competencia social» y luego iguala «competencia» a «cooperación social».
Entonces, ¿qué quiere decir «competencia biológica»? Lo que todos sabemos: que justamente frente a la escasez, ¿cómo se soluciona esto en los animales no humanos? Sencillamente, las especies se matan las unas a las otras para conseguir el alimento. Podemos pensar que los seres humanos también; pero, precisamente, la diferencia esencial entre la competencia biológica y la cooperación social, dice von Mises, es que el ser humano tiene la capacidad intelectual para advertir las ventajas de la división del trabajo y, por lo tanto, viviendo en sociedad y dividiendo el trabajo según nuestras productividades respectivas, logramos la producción y el intercambio de bienes y servicios. Los otros seres vivientes, sencillamente, compiten por medio de lo que la ecología ha determinado, o sea, por medio de ese «comeos los unos a los otros». En cambio, parece como que en el ser humano es «intercambiad los unos con los otros» -y no digo, «amaos los unos a los otros».
«Intercambiad los unos con los otros» en el marco de la división del trabajo y de una mínima noción de propiedad, una libertad de entrada al mercado, o sea, todo lo que para von Mises significa cooperación social. Desde luego que von Mises no ignora que hay guerras. Claro que las hay; sencillamente, él afirma que, en la medida en que haya guerras, la cooperación social involuciona, se vuelve hacia una situación más autárquica, la escasez no se minimiza sino que se maximiza. De modo que von Mises es uno de los pocos pensadores en Occidente para el cual la paz es una condición intrínsecamente unida a la cooperación social y a la división del trabajo, contrariamente a otros grandes pensadores que han influido todavía en el Occidente de hoy, como por ejemplo Hobbes o Marx, para los cuales la guerra es el factor evolutivo de la sociedad. Para von Mises ocurre todo lo contrario: la división del trabajo y el intercambio pacífico de bienes y servicios es el factor que produce la cooperación social, y además implica que ésta vaya evolucionando en lo que podríamos llamar la enorme cooperación, como bien dijo Hayek, y con el tiempo esto implica a su vez la evolución del conocimiento. La cooperación cohesiona millones y millones de conocimientos dispersos. Todo lo que sabemos diferente el uno del otro, todo el conocimiento imperfecto, disperso, casi aleatorio, ¿cómo logramos que millones y millones de bits de conocimiento disperso vuelvan a coordinarse? De un solo modo posible, que es la clave y el milagro del sistema de libre mercado: a través de los precios, a través del sistema de precios, de la cooperación social y la división de trabajo.
El problema económico, dice Hayek muy claramente, no es tanto el del pobre Robinson Crusoe, que la puede pasar bastante mal. El problema económico fundamental es qué pasa cuando aparece Viernes en la famosa novela, qué pasa cuando aparecen los valores y las expectativas del otro. El primer gran logro civilizatorio es que ambos no se maten, sino que cooperen e intercambien; ese es el primer logro civilizatorio. Esto es muy importante; siempre destaco que esta noción de la división de trabajo está dada claramente en santo Tomás.
Me gustaría orientar mis reflexiones a continuación hacia un tema que hace a la existencia misma del Instituto Acton: la relación de todo lo dicho con el cristianismo. Intentaré ser claro en las reflexiones siguientes.
Santo Tomás es tan idealista de ese aristotelismo que tiene tan incorporado a su pensar cristiano que cuando dice: «la naturaleza física en muy poco ha provisto al ser humano suficientemente», ni siquiera tiene necesidad de aclarar, porque él lo sabe de memoria, lo asume como obvio, que se está refiriendo al ser humano después del pecado original.
Se supone que el ser humano estaba allí en total armonía con Dios, y hay una traducción latina del Génesis muy interesante: antes del pecado original, Dios nos pone ahí un trabajo no muy pesado, tolerable, algo lúdico, cuyo fin era hacernos trabajar.
Pero se puede presuponer que antes del pecado original estábamos como protegidos de esa naturaleza física que es tan indiferente y hasta a veces hostil a nuestras aspiraciones humanas más profundas. Eso pasa siempre, «ay, que no llueva». Hay una expresión famosa, que si la analizamos podríamos hacer todo un curso de filosofía contemporánea. Fuimos, después del pecado original, arrojados al mundo. «Mundo» puede significar muchas cosas; hoy en día, en la teología católica, «mundo» es el lugar específico del laico, aquello en lo cual el laico se santifica y aquello que el laico tiene que santificar. El mundo es las relaciones de trabajo y de familias que son propias del laico. Esto ha cambiado bastante desde el Concilio Vaticano II, pero se podría decir que cuando el Génesis y la teología católica dicen que fuimos arrojados al mundo, tal vez podríamos interpretar «mundo» en dos sentidos: «mundo» puede significar también el mundo de nuestro pecado, o sea hemos sido arrojados -como a mí me gusta decir últimamente- a la historia de Caín, […] la historia humana es la historia de Caín, es la historia de matar al hermano. Y por eso afirmo que el solo hecho de que haya surgido en esa historia humana, en el siglo XVIII, una declaración de independencia que diga que los seres humanos han sido creados por Dios y dotados de los siguientes derechos, y sobre esa base se haya erigido una organización constitucional, según mi opinión es un casi milagro en la historia de Caín; pienso que ese liberalismo clásico de la constitución norteamericana es un cuasi milagro en la historia de la crueldad que somos.
Pero independientemente de esta consideración, podemos decir que hemos sido arrojados al mundo de Caín, aunque también hemos sido arrojados justamente a esa naturaleza física de santo Tomás sin tantas aclaraciones; es decir, que hemos sido ahora desprotegidos y ahora estamos desnudos, no solamente el uno frente al otro, «y se dieron cuenta de que estaban desnudos» –surge el pudor, la vergüenza–, sino que estamos desvalidos frente a esa naturaleza física entre indiferente y hostil ante nuestras necesidades culturales más profundas.
Esto es algo importante. Por un lado, la escasez es una condición natural de la humanidad; la humanidad está expuesta ante la escasez. La escasez no es una creación deliberada de un grupo de personas. La escasez no es una característica de un sistema social en particular; es una condición natural de la humanidad. Pero si relacionamos esto con el cristianismo, debemos decir que es una condición natural de la humanidad después de que la humanidad ha sido arrojada del paraíso. ¿Podría haber habido escasez antes de pecado original? Es posible que estuviéramos protegidos de ella. ¿Hubo trabajo antes de pecado original? Sí, hubo trabajo, pero no sabemos de qué naturaleza, un trabajo tal vez más lúdico del que suponemos, que no implicaba «el sudor de la frente». Es un punto importante.
Por lo tanto, ¿cómo podríamos caracterizar la relación entre el cristiano en sus actitudes cotidianas y la escasez? Si hay algo que caracteriza al cristianismo, es el presupuesto de que después del pecado original sobreabundará la Gracia de Dios para la Redención del pecado original. Si hay algo que verdaderamente no es escaso, si hay algo que verdaderamente es infinito, tan infinito como la Misericordia de Dios, es la Gracia de Dios, por la cual Él nos redime, por la cual Él nos salva de nuestros pecados. Gracia por la cual Él transforma como un hierro ardiente nuestra naturaleza y saca de nuestra naturaleza lo mejor de ella. El tema de la Gracia en el cristianismo es esencial, la Gracia sí que es superabundante. Son muchas las figuras, los símbolos que se manejan en el Antiguo y el Nuevo Testamento acerca de la Gracia de Dios: el maná del cielo, la conversión del agua en vino en la boda a la que asiste Jesucristo, la multiplicación de los panes y de los peces. Hay figuras en las que las Sagradas Escrituras nos muestran esa superabundancia de la Gracia. El cristiano puede caer en la tentación de creer que eso también pasa con los bienes materiales que tenemos que producir y consumir y decir: Él les dijo a los discípulos [denles ustedes de comer], y los discípulos dieron de comer. Posiblemente se pueda creer que el mundo del cristiano es el de la superabundancia de la Gracia, de donación, de caridad, de dar, y que la escasez se nos aparece como algo un tanto extraño a nuestra concepción del mundo. Existe esa tentación.
Suele darse una falsa interpretación del famoso destino universal de los bienes. De acuerdo a la teología social cristiana y católica, es cierto que Dios ha creado los bienes para todos los seres humanos. Ese es el destino universal de los bienes. Pero eso no significa que la campera, el marcador, el celular, el arco y las flechas, las pirámides y todos los bienes aparezcan como las hojas de los árboles, eso no significa que están dados, no significa que están impresos. Significa que, de alguna manera, hay que producir una organización tal que minimice la escasez para que la creación de esa naturaleza física tenga sentido teológico; o sea, Dios ha creado la naturaleza física para el ser humano todo. Es el tema del famoso principio antrópico. Por tanto, si interpretamos correctamente el destino universal de los bienes, es una especie de mandato ético, una interpretación de que Dios ha creado la naturaleza física para todos los seres humanos.
Con relación a lo anterior, hay dos interpretaciones: la primera tiene que ver con la idea de que los bienes están ahí, están dados. Esto es muy frecuente. Cierta vez, miraba los edificios de la gran ciudad y contemplaba la riqueza allí presente. El asunto es cómo se distribuye. En otra ocasión, mientras escuchaba un sermón, en la iglesia, [el padre dijo:] «fíjense en el supermercado, no me hablen de pobreza porque todos los bienes están ahí», entonces bastaría con redistribuir lo del supermercado. Lo dijo totalmente convencido, para él los bienes estaban allí. De esta interpretación se deriva que el único problema económico tiene que ver con la distribución acompañada por una falta moral grave, el corazón egoísta del hombre es el origen del problema económico que genera la escasez, y los mercados y capitalistas codiciosos son los verdaderos causantes del problema.
Esta interpretación pone a la distribución en el centro del problema, siendo la maldad humana el origen del problema de la escasez, dada la mala distribución. Esto está sumamente generalizado; casi todos los cristianos piensan así y por tanto ponen la mirada en la buena distribución, que es la redistribución.
Podemos sugerir otra interpretación que tiene que ver con que los bienes no están más, no hay bienes y servicios; sencillamente, no hay más. Por lo tanto, y dado que los bienes no están, el problema es que habrá que producirlos. Esto nos lleva a la noción de producto como el fruto de la acción humana más la naturaleza física; fruto no del trabajo manual, sino del intelecto, que ve, advierte, se da cuenta cómo combinar la naturaleza física con la acción humana para dar inicio a ese proceso de producción de bienes y servicios. Es ahí donde nace el problema económico, donde nace la ciencia económica y de ella los grandes temas de la economía, como el ahorro y la inversión, instancias primeras e inevitables para avanzar hacia la creación de nueva riqueza junto con la famosa pregunta sobre qué y cómo producir. Necesitaremos, sí, de una ética de la producción a nivel social, que por tanto se referirá a las condiciones institucionales y jurídicas que hacen posible un sano proceso de producción y que funcionan como verdaderos incentivos para su creación, a la vez que a las virtudes que estimulen ese proceso creativo.
De esta segunda interpretación del destino universal de los bienes es que podemos formular lo siguiente: «los bienes no están dados directamente; luego, hay que producirlos de alguna manera», y en ese «de alguna manera», está la clave de las instancias que deberá seguir el proceso económico, como esencialmente humano, social, y creativo. Por ello es que santo Tomás decía que, dado que la naturaleza física en muy pocas cosas o en casi nada ha provisto al ser humano suficientemente, será el trabajo y la naturaleza social de la persona lo que nos dará el modo como el hombre podrá procurarse las cosas necesarias para la vida. He aquí una pista fundamental para entender los procesos que intentamos explicar: sin sociedad y sin división de trabajo, no nos podríamos procurar las cosas necesarias para la vida.
De todo lo anterior se podría concluir lo siguiente: la escasez no es fruto «de que seamos malos», sino sencillamente de que la naturaleza física no provee los bienes y servicios esencialmente culturales de la naturaleza humana.
Intentaré relacionar todo esto con el pecado original -espero que esto no complique la situación. Daré dos ejemplos. En el primer caso, se da un desastre que obliga a las personas a quedarse encerradas en el edificio donde están. Al principio se intentará organizar la convivencia con buenos resultados, pero con el paso de los días y frente a las adversidades, comenzará el enfrentamiento entre las personas allí presentes. En el segundo caso, se encuentran dos santos: santo Tomás de Aquino y san Francisco de Asís. Por supuesto que ellos no van a agredirse; es más, se van a dar el uno al otro hasta la última gota de agua que encuentren; es más, van a competir por quién se muere primero procurando la vida del otro, pero se van a morir igual, más allá de su santidad. Si Dios no hace un milagro, si no hay agua, no hay. En ese sentido, la escasez no tiene que ver con la maldad moral, es una condición de la naturaleza humana. Nuestra maldad moral puede llegar a agravar un conflicto de escasez, pero no es la causa. La causa es que somos esencialmente culturales y estamos arrojados a un mundo físico entre indiferente y hostil a nuestras demandas culturales básicas.
Por supuesto, todo esto suele agravarse por diversas cuestiones. El problema de los modelos de competencia perfecta, una de las herramientas del análisis económico más generalizada para la comprensión errónea de los mercados, dice Hayek, es que «competencia perfecta» significa que de alguna manera tenemos conocimiento. Esto supone que hay perfecta coordinación entre oferta y demanda y por tanto, que el conocimiento es absoluto y de alguna manera el problema económico se acaba. Empezar el análisis económico a partir del modelo de competencia perfecta puede llegar a suponer que hay conocimiento perfecto y que no hay escasez. Luego vienen los economistas a aclarar y comienzan a desarrollar la competencia monopólica, competencia imperfecta.
En 1936, Hayek, en su gran artículo “Economics and Knowledge”, se pregunta qué sentido tiene que la economía parta de una situación donde el problema económico ya está resuelto. La economía debería partir justamente de una situación en la cual el conocimiento está disperso y, por tanto, esto genera el problema económico, por tanto, el problema no está resuelto. Tal es la situación de descoordinación entre oferta y demanda, esa es la situación del conocimiento imperfecto. Tanto socialistas de cátedra, profesores como Hayek, reconocían que oferta y demanda están descoordinadas, que no hay conocimiento perfecto. Y es aquí donde aparecen serias diferencias entre ellos. Según los socialistas, dado que no hay conocimiento perfecto, suponen un conjunto de personajes que sí tienen el conocimiento perfecto para dirigir a todos los demás. Frente a ello, Hayek respondió que es justamente al revés, por lo que es necesario que el mercado proceda espontáneamente bajo precios y libertad de mercado, donde nada es perfecto, pero donde se dará una tendencia a la coordinación, que es el único modo humano por el cual la información puede circular y optimizar resultados, que tendrán errores humanos, pero también aciertos humanos, y que, en todo caso, buscarán expresar el sustrato de valoraciones subjetivas de las personas que están decidiendo en todos estos casos.
Otro problema que enfrentamos, y esto es muy típico de las sociedades latinoamericanas y del pensamiento corporativista, es suponer que la economía es un problema que radica en cómo el Estado reparte su presupuesto. Se supone que hay alguna especie de torta fija del presupuesto y que el gobierno tiene que distribuirlo, y así surgen los grupos de interés, los grupos de presión preocupados por cómo se va a distribuir la torta del presupuesto: maestros, empresarios o sindicalistas; todos haciendo lobby para conseguir una mayor tajada de una torta cuyo tamaño es fijo. El criterio que subyace a este análisis es el de «suma cero»: si alguien recibe más es porque a alguien se le quita más. Es una visión estática que claramente genera recelos entre los grupos, porque todos compiten por lo que hay en vez de competir por lo que habrá. Este es el modo con que el corporativismo fascista de Mussolini o Perón concibió la economía. Y esta es la triste historia de los argentinos que recibieron una carga cultural muy pesada que se hizo parte de las exigencias políticas en todo el espectro político y en todos los tiempos. Aparece la idea romántica de que no hay escasez, pero claro que la hay. En condiciones adecuadas, y con esto me refiero a las condiciones jurídicas e institucionales, frente a una población que aumenta, la torta crece y hay más para todos. El grave problema es que ocurre lo contrario: la torta no crece porque el estado se financia con impuestos, con deuda pública o con inflación, los cuales constituyen los enemigos principales de todo proceso de crecimiento y creación de riqueza. A más coacción estatal, menor producción y mayor pobreza. Sobre esto no hay vuelta que dar. La Economía y las disciplinas que la acompañan lo explican todo, son antiguas verdades que siguen sin ser escuchadas. Cuanto más impuestos tengamos habrá menor producción; a más inflación, menor producción; a más deuda pública, mayor peligro de default en un futuro que nunca se sabe.
La solución que desde la School of Economics, o sea, austriacos, chicaguenses, derecho y economía, public choice se propone, es dejar actuar al mercado, liberar la creatividad humana y la alertness empresarial para buscar y coordinar los recursos escasos con las necesidades siempre ilimitadas de la demanda. Tiene que haber señales en el mercado que vayan mostrando, a quienes sepan interpretarlas, la escasez relativa de los bienes; esas señales se llaman precios.
Concluimos entonces que, para minimizar la escasez, se necesita ciertas condiciones institucionales infaltables, como la libertad de precios, la libertad de entrada al mercado, una sana desregulación que permita a todos acceder al mercado y trabajar desde su capacidad empresarial.
¿Significa esto el fin de la escasez? No, pero sí es el único modo humano de minimizarla; los bienes seguirán siendo escasos, pero habrá cada vez más cantidad de ellos para muchos más. Mayor producción de bienes y servicios quiere decir mayor ahorro e inversión, mayor inversión significa mayor demanda de trabajo, y eso implica mayores salarios reales. Se trata de un círculo virtuoso, porque a mayores salarios reales, mayor capacidad de que cada uno ponga su propia empresa y, a la vez, mayor ahorro en el mercado de capitales local; lo cual implica mayor inversión, mayor demanda de trabajo mayores salarios reales, y así sucesivamente en un círculo virtuoso que no acaba nunca. Este es el único camino del desarrollo y el único camino para un crecimiento sustentable.