Diego Piccardo
Analista Económico en Libertad y Progreso.
EL TRIBUNO DE SALTA – Nuestro país cayó 11,46% entre el período entre marzo y diciembre del 2020, muy por detrás del 4,92% que arroja Brasil y el 1,85% que arroja Paraguay. Durante el mismo período se detectaron 1136 muertes por millón de habitantes a consecuencia de patologías asociadas al Covid-19.
La caída argentina responde a las trabas que tiene todo empresario que quiera venir a invertir en nuestro país. Sumado a que establecimos la cuarentena más larga del mundo, desde el gobierno no perdieron el tiempo en asustar a cualquier inversor al que se le hubiera pasado por la cabeza hundir capital en Argentina. Eventos sobraron en el 2020: Vicentin, Reforma judicial, establecer como servicio público a las telecomunicaciones, las tomas de tierras, etc. y que con una economía tan improvisada es un milagro que no cayéramos más.
Mientras el mundo caía, Argentina se arrojaba voluntariamente al vacío. Naturalmente, el sector más golpeado es la hotelería que en el período analizado cayó 58,9% debido a las restricciones a la circulación durante buena parte del año pasado que prácticamente redujeron el turismo receptivo a cero. A su vez es llamativa la caída de la construcción con un 28,1%; el Transporte y la Pesca lo siguieron ambos con detrimentos en torno al 20%.
Más allá de un análisis pormenorizado de sectores lo que hay es una economía enferma de cortoplacismo. No existe un plan económico con un horizonte más allá de las elecciones. El plan implica llegar como sea a los comicios y sin una devaluación fuerte y pisando lo más posible las tarifas públicas, dejando los ajustes de precios relativos para el año que viene, sin importar el agravamiento de la situación macroeconómica que eso implica. Argentina está estancada desde 2011 y cayendo, creciendo únicamente en años electorales, pero, a partir de la crisis de 2018, con una marcada tendencia decreciente.
Este año se espera inflación alta, cepo cambiario, déficit fiscal primario del orden del 4,5% (2 puntos porcentuales menor al del 2020). Además esta combinación enturbia la recuperación económica que no necesariamente va a pasar a llamarse crecimiento, sino que se trataría de un “rebote”.
Si no establecemos un ambiente de certidumbre, partiendo de un Estado con cuentas fiscales equilibradas, logrados a partir de una baja del gasto público que se traduzca en menores impuestos, los inversores evitarán nuestro país y sin capital no habrá crecimiento económico.