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Honrar a Domingo F. Sarmiento es atreverse a desafiar lo establecido

12 Septiembre 2025

PERFIL En nuevo 11 de septiembre, al recordarse el aniversario de la muerte de Domingo Faustino Sarmiento, conviene preguntarnos qué significa honrar su memoria. No alcanza con repetir frases hechas ni con privar a los niños de un día de clases en su homenaje. La mejor forma de evocarlo es reconocerlo como lo que fue: un espíritu disruptivo, un innovador capaz de desafiar a su tiempo, que con certeza no pensaría hoy como lo hizo en la Argentina del siglo XIX.

Visionario utópico, quiso traer 3.000 maestras estadounidenses para fundar el normalismo argentino en un país donde más del 80% de la población era analfabeta. Llegaron apenas 65, suficientes para transformar nuestra educación pública y llevarla al nivel de excelencia que aún persiste en el imaginario colectivo. No se conformó con el statu quo: viajó, aprendió de otras sociedades, importó ideas novedosas, resistidas en su tiempo, y las implantó en nuestra tierra. Ese espíritu de innovación, y no el bronce de los manuales escolares, es el verdadero legado que debemos recuperar.

En una nota que publiqué en este mismo espacio hace ocho años señalaba que la educación pública debe educar al públicoUna sociedad que acepta sin protestar que se pierdan sistemáticamente días de clase, que ve como normal que se reduzca el calendario escolar en beneficio de feriados turísticos, o que tolera que la política partidaria colonice las aulas, es una sociedad que ha renunciado a exigirle a la educación lo que debería ser su razón de ser: formar ciudadanos libres, capaces de valerse por sí mismos.

Frente a estas ilustraciones, hablar de igualdad de oportunidades carece de entidad. Es hora de dejar de discutir cómo mejorar un sistema anacrónico y permitirnos ampliar nuestra visión. Una mayor igualdad de oportunidades únicamente se construye garantizando a todos los niños acceso a una educación de calidad, independientemente de su cuna.

¿No es acaso razonable pensar que Sarmiento, el mismo que se atrevió a importar maestras extranjeras, hubiese estado de acuerdo?

Honrarlo no puede ser reducir su figura a un feriado vacío de contenido. El mejor homenaje sería animarnos, como él lo hizo, a desafiar las inercias, a romper las estructuras caducas y a colocar la educación por encima de todo cálculo político.

En un país que alguna vez pudo “sembrar trigo y cosechar médicos”, recuperar la audacia de Sarmiento es la única forma de romper el círculo vicioso de la pobreza y devolver a nuestros hijos la dignidad de una verdadera educación.

¿Por qué entonces no rechazar la falsa dicotomía que insiste en que el permitir elegir a los padres la escuela a la que concurrirán sus hijos, más allá de sus posibilidades económicas, atenta contra la educación pública?

La educación no es una opción binaria. Estar a favor de una mayor igualdad de oportunidades, a favor de la posibilidad de elección, no es estar contra nada.

En lugar de fútiles discusiones, el enfoque debe ser puesto en los fines no en los medios. Por eso debemos preocuparnos menos por la palabra que viene después de escuela, ya sea pública o privada, y más por otorgar a todo niño la posibilidad de acceder a una educación de excelencia, independientemente de su estrato social.

¿Por qué no preguntarnos si un genio disruptivo como Sarmiento, frente a la realidad educativa actual, no impulsaría hoy una reforma como la propuesta?

No es un sacrilegio plantearlo; para quien escribe estas líneas sería la forma más genuina de honrarlo: animarnos, como él lo hizo, a desafiar lo establecido.

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